28 sept 2009

EDICION Nº 24 JULIO-AGOSTO 2009

Pequeños animales de nuestra fauna
Todos los años, a medida que el verano cede paso al ingreso del otoño, asistimos a cambios en la naturaleza que para muchos pasa inadvertido. Lo que hasta ese momento estaba marcado por la presencia de miles de pequeños animales, que pulularon por doquier durante el estío, pronto queda reducido a la nada. Estos seres vivientes desaparecen de nuestra vista para ingresar a otro estadío de su ciclo biológico o para protegerse del invierno que pronto los abrazará. En estas condiciones permanecen a la espera de los primeros días cálidos. La primavera será la encargada de dar inicio a un nuevo período de vida activa de esas diminutas y abundantes criaturas de este planeta.
Surgirán de entre bañados, arroyos, lagunas, pastizales o de troncos de árboles caídos, debajo de piedras y de cuanto escondrijo imaginemos y que hayan servido de refugio. De estos lugares emergerán los más pequeños y numerosos: los insectos -la diversidad biológica más extensa de todas las especies vivientes que se conoce- de diversos colores, tamaños y formas y de hábitos alimentarios diferentes. Los entomólogos han reconocido cerca de un millón de estos “bichos”, de los que sólo unos miles interactúan negativamente con el hombre, provocando daños considerables a plantas y animales domésticos, por lo que son tenidos como “plagas”. Convengamos que no todos los animales son perjudiciales, algunos de ellos actúan controlando a otros, o bien proporcionándonos importantes beneficios.
Las modificaciones de ecosistemas, como consecuencia de la deforestación de grandes extensiones de masa boscosa, para ser incorporadas sus tierras a la producción agropecuaria están provocando el exterminio de cientos de animales silvestres nativos y la dispersión de otros hacia diferentes regiones del país, incluyendo áreas urbanas, donde podemos encontrar mosquitos vectores de enfermedades como el dengue, que ha cobrado vidas humanas. Esto, favorecido por prolongados períodos de temperaturas elevadas y precipitaciones abundantes, a causa del cambio climático.
Poco se explica sobre los efectos colaterales motivados en la destrucción de valiosos ecosistemas naturales. La deforestación o la incorporación de áreas naturales protegidas o de espacios con pastizales nativos para las actividades antes señaladas, los suelos sin la protección del bosque y sometidos a prácticas de cultivos intensivas, pronto perderán su fertilidad para dar paso a la desertificación. Pero además, implica la desaparición de importantes hábitat de la fauna silvestre, eliminándose con ello la armonía que existe entre la diversidad biológica y el medio natural que los cobija. En estos ambientes todo se mueve equilibradamente, hasta que el hombre decide intervenir en nombre de la producción o del progreso, sin importarle demasiado la protección de ecosistemas.
Para contrarrestar la presencia negativa de los insectos, por suerte aparecen otros pequeños animales. Pronto nos encontramos con sapos, ranas, lagartijas que, acompañados por aves “insectívoras”, tendrán la misión de controlar poblaciones de escarabajos, caracoles, babosas, arañas, hormigas, moscas, cienpies, mosquitos; por citar algunos, y un número considerable de otros insectos y sus larvas.
Tratemos de proteger a estos animales que cumplen funciones altamente benéficas para la integridad ambiental y la salud humana.